En este artículo, Ana Garralón realiza un breve repaso a los comienzos del escritor Michael Ende, ya que no tuvo un inicio fácil debido a la época en la que se encontraba y sobre todo, a la situación política de su país, Alemania.
Su infancia estuvo llena de riquezas, aunque no materiales sino intelectuales procedentes del surrealismo y el arte fantástico de su padre, el pintor Edgar Ende.
Tras matricularse unos años en el Instituto Humanístico, decide romper con todo y dedicarse realmente a lo que le gusta, la escritura; aunque no comenzó directamente con la creación de obras infantiles, sino que compuso un repertorio de canciones, monólogos para cabarets político-literarios… y teatro que nadie quiere publicar.
En uno de los momentos más precarios de la vida de este autor, le llega uno de los primeros reconocimientos tras la publicación de su primera obra infantil, “Jim Botón y Lucas el maquinista”, que sorprende debido a la habilidad de mezclar diversos mundos (fantásticos y reales) y a su vez, de gran extensión.
Aunque dicha novela no estuvo exenta de críticas, debido a la situación social que predominaba en la Alemania de los años sesenta, motivo por el cual, dicha obra se consideró en sus inicios como parte de una “Literatura de evasión”, atribuyendo el verdadero reconocimiento literario a aquellas reivindicaciones del realismo y textos sobre política y crítica social.
Las continuas justificaciones de su obra por parte de los intelectuales de la época, obligan a Ende a partir hacia Italia, donde comienza a dedicarse en profundidad a esta literatura infantil que tanto le atraía, hecho probado tras la publicación de sin duda, una de sus mejores obras: Momo, premiado y llevado al cine debido a la gran trama creada que logra mantener hasta el final el interés del lector (sin olvidar la alternancia entre, como viene siendo habitual, los dos mundos: real e imaginario).
Aunque finalmente, será “La historia interminable”, la obra que le proporcione la fama sin desaparecer en parte, las críticas (en Alemania la literatura realista ya ocupa un lugar destacado, pero todavía prevalecen críticos tradicionalistas que no ven con buenos ojos dichas creaciones). Discordias a parte, la obra es leída por niños y adultos e incluso replantea la cuestión del concepto de literatura juvenil (gracias a la variedad de tiempos, espacios y personajes que se integran).
Con el transcurso de los años, Michael se mantiene fiel a sus principios y a su filosofía defendiendo la literatura fantástica, y por tanto la fantasía: “no como una vía de escape de la realidad, sino como una parte integrante de la misma”.
Ende logra con esta última creación, una renovación del género y una reivindicación del lugar que ocupan los libros para niños; aunque más adelante empieza a introducir en sus obras estructuras teatrales o temas de este género literario.
En 1985, debido a la muerte de su mujer, Ende regresa a Alemania, donde continúa escribiendo textos infantiles y cuentos para adultos que él mismo ilustra (aunque en algunas creaciones comienza a predominar la falta de de originalidad en comparación a sus primeras publicaciones), convirtiéndose más tarde, en un gran reclamo en congresos y encuentros para dar su visión acerca de la literatura infantil y de la fantasía.
La vida de ese gran escritor se va apagando tras haber sufrido un cáncer, muriendo a los 65 años de edad en su tierra natal.
Nos ha dejado el escritor, pero no la gran recuperación que hizo de la fantasía, como la esencia del ser humano que ha sido apartada por la sociedad de consumo en la que nos encontramos inmersos.
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