Mientras callejeaban por el centro urbano en el interior del taxi, Pablo, Pepe y Johnny observaban perplejos los recovecos de la ciudad, ilusionados e impacientes por comenzar una nueva vida. En cambio, Ramón, parecía algo más irritado. Apenas hacía un mes que había dejado el hospital y aún estaba impactado tras el fatal accidente. Para colmo, seguía sin acostumbrarse a la extraña habilidad que había adquirido tras la explosión. Era un poder del que no daba crédito y al que se sentía incapaz de otorgar una explicación lógica. Dada su difícil situación, lo que menos necesitaba en ese momento era alojar a unos desconocidos en su propia casa, y mucho menos, soportar a su primo Pablo. Si lo hacía era por no escuchar a su madre, que estaba convencida de que la relación entre él y Pablo podría ir a mejor si ambos se lo propusieran.
Tras unos diez minutos, el taxi frenó. Los cuatro individuos se dirigieron hacia la casa de Ramón. Una vez en su interior, el anfitrión indicó escuetamente a sus huéspedes sus respectivas estancias, sin apenas cruzar miradas con ellos. Antes de que Pablo pudiera agradecerle el favor a su primo, éste ya se había encerrado en su despacho.
Pablo, enfurruñado por la actitud de su primo, que ni siquiera disimulaba el malestar que le causaba hospedarlo en su casa, e incluso dirigirle la palabra, dejó de mala gana las maletas en el suelo y abrió la puerta de la casa. Miró a Pepe y a Johnny y les dijo: “¿Vamos a divertirnos? No lo necesitamos”. Los tres sonrieron y se lanzaron entusiasmados a las calles de Bruselas, impacientes por descubrir los encantos que la ciudad les tenía reservados.
Mientras tanto, Ramón, sentado en su gran sillón, seguía sumido en sus preocupaciones. Incapaz de dejar la mente en blanco, siguió dándole vueltas a su situación hasta que, agotado, terminó por dormirse.
Transcurridas unas horas, ya de madrugada, Ramón se despertó sobresaltado. Un sudor frío cubría su frente, su rostro estaba pálido y todo su cuerpo temblaba. Durante su siesta, Ramón había experimentado uno de sus viajes momentáneos al futuro. Había tenido más visiones antes, pero nunca una tan sobrecogedora como ésta. Lo peor de todo es que hasta el momento, todas las predicciones que su mente había realizado se habían cumplido y sabía que ésta no iba a ser una excepción.
Salió corriendo de su despacho y apreció que sus invitados habían regresado y dormían en sus respectivas habitaciones. Ramón cogió el teléfono. Hizo todo lo que pudo. Llamó a la policía, a los bomberos, echó mano de sus contactos más poderosos. No obtuvo ayuda, todos lo tomaban por loco o por mentiroso.
Sabía que debía hacer algo. En su visión había observado como un meteorito alcanzaba la superficie terrestre, sentenciando el fin de la humanidad. Había que evitar como fuera tal catástrofe.
Pablo, asustado por las voces desesperadas de Ramón, se despertó y salió de su habitación. Ramón, angustiado, le anunció como pudo la fatal noticia. Pablo, incrédulo, reía a carcajadas observando el delirio de su primo. Los ruidos despertaron también a Johnny y a Pepe. Pablo, burlándose de su primo, les contó a sus amigos lo que estaba ocurriendo. Los tres se reían, creyéndose víctimas de una mala broma.
Ramón, intentó tranquilizarse para dejar de dar esa imagen de neurótico recién escapado del manicomio. Como pudo, explicó todo a sus invitados. Lo de la radiación electromagnética, lo de la explosión, lo de su poder sobrenatural. Pero ellos permanecían incrédulos. Entonces Ramón decidió demostrarles que decía la verdad. Comenzó a hacer predicciones de aquellos sucesos que sabía que iban a ocurrir en pocos minutos. Todas las predicciones se cumplían. Siguió y siguió relatando acontecimientos futuros hasta que Pablo, Pepe y Johnny quedaron completamente convencidos del poder de Ramón.
Tras unas horas de pánico incontrolado, los cuatro individuos se dieron cuenta de que si no hacían algo, la humanidad perecería en cuestión de días. Conscientes de la gran responsabilidad que tenían en sus manos, se armaron de valor y se lanzaron a la calle en busca de ayuda.
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