domingo, 18 de octubre de 2009

Mi otro yo.

Mario, a pesar de todo, disfrutaba con su trabajo en aquel casino. Muchas veces compartía la alegría de la gente cuando ganaba, otras la experiencia era más triste, en ocasiones, se veía la desesperación de algunos al no obtener el éxito esperado, pero en definitiva ,era un trabajo remunerado y eso es lo que le permitía salir adelante.
No hacía mucho tiempo que vivía en las Vegas.
Llegó a esta ciudad tras un largo viaje. Salió de casa con pensamiento de cambiar de vida y al final lo consiguió ,aunque de manera improvisada, pero así fue.
A sus 48 años todavía no se había decidido a hacerlo pero al llegar a esta ciudad comprendió que tenía delante una magnifica oportunidad de cambio, así que , decidió quedarse y comprobar si era capaz de vivir por sí mismo.
Empezó a dedicarse a su afición: pintar cuadros al óleo. Como no podía mantenerse con ello, trabajó en lo que pudo hasta que encontró este último trabajo. Un trabajo que además le aportaba mayor libertad para dedicarse a su afición.
Algunos de sus cuadros eran verdaderas obras maestras, pero el reconocimiento ya se sabe que es tardío y que, además, no siempre llega, si es que lo hace…,por eso se dedicó a vivir y a pintar que era lo que más le llenaba y también lo que más armonía podía proporcionarle en aquellos momentos.
Muchas veces echaba de menos su casa y su gente pero también quería pasar un tiempo fuera y decidir si seguir con su vida de antes o lanzarse al “vacío”. Ésta era sin duda la mejor oportunidad para demostrar su valía e intentar además que fuese productiva.
Su única compañía era katty, su iguana.!Qué animal más extraño!, pero a él le tranquilizaba. Mario le contaba sus problemas y aunque supiera que no iba a contestar, le animaba verla escuchar, y, además, a él, le ayudaba a ordenar sus ideas. Oyéndose a sí mismo contar las penas a Katty y viendo la cara tan imperturbable de ella, pensaba : ¡qué increíble! ni se inmuta…,así que, al final, hasta parecía que éstas menguaban.
Aquel día después de terminar su turno decidió acabar el cuadro que había hecho en honor a su madre, se acordaba mucho de ella y quería que si algún día triunfaba en este arte, su madre lo supiese con sólo verlo. Ella sabría de inmediato que esa obra era de su hijo. Aquella cornisa del ventanal llena de macetas de azucenas sólo podía haberla pintado Mario. Esa vista era la que su hijo tenía todos los días desde su lugar de trabajo preferido: el callejón sin salida que llevaba a su casa en aquella verde colina.
Frecuentaba aquel lugar desde siempre, acompañado solamente por su caballete, sus bártulos de pintar y la indiferencia de los que no comprendían esta extraña afición.

Mis datos a utilizar eran:
48 años
Pintor
Las Vegas
Azucenas
Iguana

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