martes, 20 de octubre de 2009

Mi otro yo

A sus 42 años ya no podía más, llevaba ya mucho tiempo ahogado en su rutina, necesitaba salir, respirar, apartarse de su mundo y cambiar.
Mario era farmacéutico, había tenido una vida buena, cómoda, una vida que muchos envidiarian, pero que, en cambio, a él no hacía feliz. Necesitaba cambios, un aire nuevo a su alrededor marcharse lejos quizá.
Quería llevar a cabo sus sueños, dejarse llevar por un tiempo, apartarse de esa realidad en la que no se sentía feliz. Por eso no dejaba de pensar en aquel viaje en barco que realizó siendo muy joven. No podía olvidar los delfines que vió en aquella travesía. Ése fue uno de los momentos más maravillosos de su vida. Contemplar a aquellas criaturas tan hermosas en libertad fue algo muy emocionante, nadaban por el mar, sin rumbo fijo, bailando con las olas y dejándose ver de vez en cuando al saltar sobre el agua del mar. Aquel día fue realmente bello, el sol brillaba como nunca y el mar tenía un azul intenso. Éso es lo que Mario quería, volver a aquel lugar, a aquella pequeña isla en el mediterráneo donde las drácenas crecían en cada rincón y sentirse libre y volver a respirar.
Pero todavía quería más, aquella isla, otro lugar, otro país, una montaña, una ciudad...¿Porqué no? también París. Mario nunca había estado allí, y soñaba con pasear por sus calles, simplemente pasear, caminar y sentirse tranquilo, relajado. Buscaba paz, soledad, momentos de intimidad.
Su única compañera de viaje sería una cámara fotográfica, ésa era su mayor afición. Algo que le llenaba y que no tenía porque abandonar, así nunca olvidaría esos instantes que ansiaba vivr, porque lo que Mario quería, era no olvidar a los delfines en libertad.

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